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Desde hace un tiempo a esta parte el divorcio se ha convertido en un tema central entorno al que giran muchas preguntas e inquietudes, sobre todo cuando hay hijos de por medio.

Para poder entrar en un terreno como tal es importante hacer una contextualización sobre este, ya que parece que las separaciones de pareja van cada vez más al alza. En un artículo escrito por Mercè Mabres Boix: “El divorcio de los padres y su repercusión en los hijos” esta psicóloga, psicoterapeuta, hace un recorrido por algunos datos. Habla del gran porcentaje de divorcios entorno al 2005, atribuyéndolo a la reforma de Ley que permitió que los trámites se agilizaran y los procesos fuesen más rápidos. En 2008 con la crisis, este porcentaje disminuyó, aumentando desde entonces considerablemente hasta la fecha. Esto indica que desde 1981 que salió la Ley de divorcio en España, los tiempos han sufrido muchos altibajos y transformaciones donde el concepto de unidad familiar también se ha visto transformado. La creciente incorporación de la mujer al mundo laboral, las crisis sociales, el derrumbe de las expectativas comunes, las acuciantes diferencias en el tipo de crianza y educación, las renuncias y sacrificios, así como la conciliación son algunos de los motivos que han dado lugar a que la convivencia y la pareja se tambaleen, llevando a muchos a considerar la separación como la única vía transitable.

Ahora bien, esto quiere decir que un divorcio, ¿es la separación de los padres como pareja? ¿de los hijos también como integrantes del sistema familiar?

Si hay algo claro, es que un divorcio implica tensión y conflicto, no sólo de cara a lo que esto supone en el núcleo familiar, sino, porque es una pérdida a nivel conyugal, lo que implica un duelo individual como pareja que hay que atravesar. La unión conyugal supone un esfuerzo para que esta se dé de una manera satisfactoria, pero cuando las idealizaciones y las expectativas son muy elevadas y superan la realidad este velo cae y aparecen las frustraciones, el desengaño y sufrimiento que pueden hacer sentir a la pareja como un extraño.  En condiciones normales, donde las disputas no son frecuentes ni subidas de tono, pueden suponer un aprendizaje de cara los hijos sobre cómo afrontar las diferencias, como resolverlas.

El problema surge cuando esto, se convierte en una constante donde los hijos pueden llegar a sentirse culpables por los desencuentros o en algunos casos, incluso sentirse poco atendidos y acompañados por sus referentes. Es importante tener en cuenta, que los niños transitan continuamente por el mundo de las identificaciones a lo largo de su desarrollo, por lo que es probable que en situaciones de mucha disputa y tensión puedan llegar a identificarse – como dice Mercè Mabres Boix en su artículo-:

  • Con el que pierde: llora o es desvalorizado
  • O con el que defiende: domina y ataca.

 

En definitiva, la separación o divorcio es una ruptura vincular, donde los padres deben transitar sus pérdidas y melancolías de la pareja, para poder hacer frente poco a poco a otra organización familiar.

Cuando un divorcio acontece, es la unión conyugal la que se separa, no el lazo parental que los lleva a establecer derechos y obligaciones hacia sus hijos e hijas. Es importante, por tanto, entender que no son los hijos los que se divorcian, aunque implícitamente esta decisión suponga asumir cambios y pérdidas para ellos también.

¿Qué efecto puede tener en los hijos e hijas?

  • Se piensa que por el hecho de los padres se separen, los hijos quedarán traumados o presentarán patologías por ello. Si bien, es un hecho traumático por el carácter de renuncia y pérdida que supone, no tiene porqué implicar que se desarrolle algo patológico. Lo importante parte de cómo afrontar las crisis: aprendiendo, superándolas o quedándose congelado en el tiempo donde se repetirá continuamente los sentimientos de ira, tristeza y fracaso. Y también del lugar que cada referente quiera y pueda ocupar en la vida parental una vez se haya tramitado la separación.
  • El divorcio despierta fantasías de abandono y pérdida de lo que antes era un espacio seguro y estable a algo que se convierte en incierto e inestable.
  • El sentimiento de culpa por la separación también puede aparecer, como pensar que si no hubiese nacido no se pelearían tanto o atribuir ciertos comportamientos suyos como puntos de conflictos entre los adultos.

 

¿Cómo acompañar a los hijos en una situación de divorcio?

  • Es importante trasladarles la decisión una vez sea clara y consensuada. Siempre adaptando el mensaje y el lenguaje a la edad del menor.
  • Comunicarles que, como padres, siempre los vamos a querer, proteger y educar. Que el fin de la relación tiene que ver con cuestiones de adultos y nunca con nada relacionado con ellos.
  • Permitirles estar tristes, no entender la situación y no forzarles a que tengan que tomar partido, poniendo en juego sus lealtades. En definitiva, que puedan sentirse acompañados por ambos en su sufrimiento y la idea de lo difícil de asumir algo así.
  • Favorecer que se puedan expresar sobre lo que opinan, sus temores y angustias.
  • Hablar y explicar las cosas para poder tranquilizar a los hijos, sin atacar al progenitor.
  • Evitar hacerles mensajeros o partícipes de cuestiones que solo atañen a los cónyuges.
  • Hacer lo posible por llegar acuerdos que favorezcan a los hijos e hijas, teniéndoles en cuenta como sujetos y no como meros observadores que «no se enteran de nada”.
  • Diferenciar el sufrimiento propio de el de los hijos.

 

María Fernández Pérez

Psicóloga Proyecto Ombú