Skip to main content

Llevamos tiempo viendo crecientes problemas de entendimiento de las familias con el centro educativo. Las familias llegan a sentir frustración, cuando sus hijos tienen problemas de conducta o de fracaso escolar y no saben cómo ayudarles, y, al mismo tiempo, sienten que no son capaces de comunicarse con el profesorado para poner remedio.

 

Es fundamental conseguir una buena sinergia entre casa y escuela. Cuando ambos espacios se convierten en enemigos solo pierde el niño y es precisamente, su buen rendimiento y actitud el objetivo compartido.

 

No hace tanto, el rol del padre o maestro, en sí mismo, era suficiente para que el niño o niña no diera problemas, más allá del fracaso escolar, que siempre lo ha habido. Pero ahora, ese rol es cuestionado, y es el equilibrio entre ambos, lo que facilitará que el niño entienda su papel y asuma las responsabilidades que le corresponden.

 

Massimo Recalcati, psicoanalista italiano, expone en su libro La hora de clase un gran trabajo sobre lo que sucede en los centros educativos. “Hemos conocido una época en la que bastaba con que un profesor entrara en clase para que se hiciera el silencio. La misma época en la que era suficiente con que un padre levantara la voz para infundir en sus hijos una mezcla de temor y respeto (¨) La palabra de un maestro y un padre adquiría espesor simbólico, no tanto en virtud de los enunciados si no del lugar de enunciación del que emanaba”. Es decir, no importaba tanto si lo que el padre o profesor decía estaba bien o no para que los menores hicieran caso. Esta época ha muerto, los niños ya no responden igual que antes al “porque lo digo yo”.

 

No debemos ni defender, ni sentir nostalgia por la voz severa del maestro o del padre. La pregunta que se hace este autor es la siguiente “En esta era del debilitamiento de la autoridad simbólica ¿es posible todavía el respeto?”

 

Por supuesto que sí, la clave para que un alumno muestre interés por el saber, y respete a padres o docentes tiene que ver con el ejemplo que ellos ofrezcan. Es decir, no sólo vale con ocupar el lugar de padre o maestro para que nos hagan caso, sino más bien con nuestra capacidad para convertirnos en referentes.

 

Hace unos días, veíamos a una madre en el parque pegar a su hijo por pegar a un niño, le zarandeaba mientras repetía “te he dicho que no pegues”.

Si pido a mis hijos respeto y yo no respeto, ¿qué pretendo? Si les digo que estudien historia, pero yo no soy capaz de prepararme la clase, ¿Qué voy a conseguir? Si en la relación educativa no me preocupo por mis alumnos, ¿realmente pienso que ellos van a a preocuparse en escucharme?