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En nuestras charlas con adolescentes, tanto las realizadas en los Institutos como en las propias sesiones, los chicos y chicas muestran sus preocupaciones, deseos y proyectos, pero hay algo que llama la atención especialmente y es cómo se repite, en sus propias voces, frases que se escuchan mucho hoy en día: que “no tienen ganas de nada”, que “son perezosos”, que “sólo piensan en dormir o en mirar pantallas”.

Se repite tanto la palabra pereza que, casi sin darnos cuenta, dejamos de preguntarnos qué hay detrás. ¿Y si, en lugar de ser un rasgo de carácter, fuera la forma que tiene un adolescente de expresar algo que todavía no puede poner en palabras? ¿Y si esa “falta de ganas” fuera, en realidad, una señal de que algo interno le está costando demasiado?

Hoy queremos mirar esta “desgana” desde otra perspectiva que puede abrir comprensión y alivio en casa.

La adolescencia.

La adolescencia no es solo una etapa de cambios físicos, es también un momento de crisis interna, donde el joven atraviesa duelos, dudas sobre quién es y cómo encajar en el mundo.
Este movimiento interno tan grande puede generar retirada, silencios, apatía o “estar sin energía”. No es vagancia: es un proceso.

No se trata de que “no quiera hacer nada”, sino de que no sabe qué quiere o le da miedo quererlo. Cuando el adolescente se siente sobrepasado o pierde el rumbo, puede aparecer un sentimiento de desvitalización: un apagón emocional, un resguardo frente a demasiada presión externa o interna.

Desde esta perspectiva:
– La “pereza” no es falta de voluntad.
– Es una forma de protegerse.
– Es un modo de procesar algo que aún no encuentra palabras.
– Es un mensaje sobre su mundo interno.

Muchos adolescentes viven la desmotivación como un “no sé quién soy todavía… y eso me paraliza”. Y su cuerpo habla cuando la palabra no alcanza.

¿Cómo mirarlo en casa?
Si tu hijo o hija adolescente parece apagado o desmotivado, vale la pena leer ese estado como un idioma emocional.

Puedes preguntarte:
– ¿Está presionado por expectativas altas?
– ¿Se siente comparado con otros?
– ¿Ha atravesado cambios, pérdidas o situaciones que lo han desbordado?
– ¿Tiene miedo de fallar o de no dar la talla?
– ¿Se siente acompañado o juzgado?

Preguntas pensadas para abrir un diálogo verdadero, no para marcar errores o dar lecciones.

Estrategias y recursos:

1. Escuchar sin presión.
En lugar de “Tienes que activarte”, prueba con: “Te noto con pocas ganas últimamente. Si necesitas hablar o que te acompañe en algo, estoy aquí.”
2. Evitar etiquetas.
Decir “eres un vago” o “en mi época hacíamos más” no moviliza: lastima. La desmotivación no se combate con culpa, sino con comprensión.
3. Ofrecer pequeños apoyos.
No se trata de que haga mucho, sino de que pueda hacer algo. Objetivos pequeños devuelven sensación de capacidad.
4. Recuperar el deseo por vías indirectas.
El deseo no vuelve por obligación, sino por placer. Cocinar juntos, caminar, dibujar, escuchar música, ver una serie. Las actividades sencillas pueden reencender pequeñas chispas.
5. Nombrar lo que ven sin juzgar.
“Veo que estas más apagado. ¿Quieres que pensemos juntos qué puede estar pasando?” Poner palabras sin criticar abre un espacio donde el adolescente puede volver a hablar.
6. Pedir ayuda si la apatía dura demasiado.
Pedir ayuda es un acto de amor, no un fracaso.
Un profesional puede acompañar cuando la desvitalización es muy profunda o se extiende en el tiempo.

La desmotivación adolescente no es un enemigo a combatir ni un problema de carácter, es un mensaje. Una demanda de tiempo, de comprensión y de espacio interno para descubrir quiénes son y qué desean.

Si como adultos logramos mirar más allá de la palabra “pereza”, les damos algo fundamental: un lugar donde sentirse vistos, escuchados y acompañados en uno de los momentos más cruciales de su crecimiento.

Sofía Goñi Dengra
Psicóloga Proyecto Ombú